

Por Eduardo Fidanza
Licenciado en Sociología, Universidad de Buenos Aires. Fundador y director de Poliarquia Consultores. Analista político e investigador social. Ex columnista semanal del diario La Nación. Miembro de número de la Academia Nacional de Periodismo. Ex profesor titular regular de la UBA.
El título de esta columna, logrado por su condensación e impacto, no es original, suele usarse cuando la fiesta no compensa el dolor. Resaltar el contraste con la frase célebre que le da pie constituye el remate previsible del texto. El cuerpo de la nota, su pulpa, explora el sentido que le damos al sustantivo “circo” hoy. ¿Qué significa, en el lenguaje cotidiano sobre lo público, este término? El uso lo asocia a un espectáculo bochornoso, lamentable, patético. No es el circo entrañable de un Fellini ni aquella exhibición de acróbatas, domadores, animales amaestrados y payasos a la que concurríamos en la infancia. No es motivo de diversión, sino de miseria moral.
Los payasos y las payasas de ahora son otros. Cuando decimos que algo “es un circo”, nos referimos a ellos con desdén, empleando las últimas reservas de pudor y estilo, categorías acaso demodés en la tercera década del siglo XXI. Antes de bucear en ese fango, detengámonos un segundo en lo que Guy Debord, citado acá hace dos semanas, dice a propósito del espectáculo: es un mundo donde las imágenes se han vuelto autónomas, permitiendo que “el mentiroso se mienta a sí mismo”. Se trata de un “pseudomundo aparte” que solo puede contemplarse. Al estar escindido, escribe Debord, “es el lugar de la mirada engañada y de la falsa conciencia”.
Para constatar que el espectáculo fue anticipado en el siglo XIX, como uno de los rasgos del naciente capitalismo industrial, vale el epígrafe que Debord inserta a sus reflexiones, extraído de La esencia del cristianismo, del filósofo alemán Ludwig Feuerbach: “Nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad. Mejor aún: lo sagrado aumenta a sus ojos a medida que disminuye la verdad y crece la ilusión, hasta el punto de que el colmo de la ilusión es también para él el colmo de lo sagrado”.
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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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En esta época, ese cosmos ilusorio está horadando la democracia porque manufactura a gran escala un sentimiento letal: el odio. En la versión en inglés de Wikipedia se encuentra un término sugestivo, abreviado con la sigla OIC: “Outrage industrial complex”, cuya traducción usual es “Complejo industrial de la indignación”. El OIC constituye una vasta configuración de fuerzas que incluye medios de comunicación, influencers, trolls, mensajes publicitarios y de dirigentes políticos y funcionarios de gobierno que explotan las diferencias de opinión y lo que se denomina “cultura del desprecio”, incrementando la desconfianza en las instituciones y la sociedad, para conseguir sus propios objetivos de notoriedad, riqueza, cargos más altos o ventajas geopolíticas.
Es abundante la bibliografía sobre este conglomerado, que suscitó y sigue suscitando comentarios en EE.UU., particularmente desde la irrupción de Donald Trump. Pero ya en 2009, el investigador Marc Ambinder escribía en The Atlantic: “Hay gente en Washington que tiene el trabajo de fabricar odio; a quienes se les paga para que ofendan, o para encontrar formas de ofenderse y transmitir su furia a los demás. Estas fábricas de indignación, ya sean organismos de control de los medios, blogueros, presentadores de programas por cable, productores de canales de televisión, lobistas, consultoras de comunicación, funcionan como si el odio fuera lo único que tiene valor”.
Esta opinión fue vertida cuando en la televisión pública el programa 6,7,8 se había convertido en un producto propio del OIC destinado a desacreditar a los opositores y avalar todas las decisiones del gobierno con fe militante. Quince años después, aquella expresión artesanal se transformó en una poderosa herramienta industrial, posibilitada fundamentalmente por ese conducto cloacal antes llamado Twitter y ahora X. Lo desconcertante es que los principales canales de noticias, que durante el kirchnerismo decían defender la república, se sumaron al dispositivo; sus presentadores hacen en el prime time la apología y la vocería cotidiana de Milei, quien, entre otros abusos, maltrata a periodistas.
La profesión está en problemas. En los cenáculos se pontifica sobre el buen periodismo, mientras los propietarios de los grandes medios audiovisuales que participan en ellos –Perfil es la excepción– son algunos de los principales accionistas de la próspera cultura del desprecio. Por qué gente respetable, capaz de sostener diarios de calidad, pasó a formar parte del circo audiovisual argentino es una pregunta difícil de responder, si uno trata de ir más allá del mero interés comercial. No siguieron el ejemplo del admirado New York Times, que combate a Fox News en lugar de imitarlo. En Argentina, al contrario, en el complejo industrial del odio son socios el Presidente, sus trolls y los conductores de televisión más taquilleros de esos medios.
De este circo, que lo fusiló en forma sumaria, llegó a ser protagonista estelar el impresentable Alberto Fernández, quien alimentó a las fieras no solo con su presunto rol de corrupto y golpeador, sino a través del afán de exhibir su donjuanismo compulsivo, lo que le impidió respetar algunos de los pocos símbolos que le quedan a esta democracia arrasada. Pero el Presidente también puso lo suyo, dándose besitos en la boca con una figura de la farándula –¡oh dorados 90!– e inoculando su dosis diaria de odio, amplificada por sus trolls, que parecen fuera de control fagocitándose a los propios. Si no, que lo digan el senador Paoltroni y los funcionarios que son sentenciados a la mañana en X y ejecutados a la noche en el palacio.
Panem et circenses: la última aspiración de un pueblo desilusionado con la política, según la ironía del poeta satírico Juvenal en el ocaso del Imperio Romano. Como lo repiten muchas voces en estos días, el de Argentina es un circo sin pan: un show patético para distraernos de la pobreza, de los millones de niños que se van a la cama sin comer, de la pérdida de puestos de trabajo, del magro sueldo de los servidores públicos, de las jubilaciones vergonzosas y del horizonte desesperante de los jóvenes.
La fábrica del odio no se detendrá por eso. Trabaja día y noche porque el espectáculo debe continuar. El engranaje está aceitado y el Gobierno lo aprovecha a pleno. No sabe ni le interesa la administración pública; es experto, en cambio, en la administración de las emociones negativas, que no es un negocio solo para él sino para muchos. Narcóticos de un nuevo populismo, esta vez de derecha, para una sociedad anestesiada y cómplice.


El hilo se corta por lo más delgado y los despidos de los cuatro jinetes del apocalipsis: Cecco,Azcué,Hein y Frigerio.
Cecco ¿ está “seco” ? Azcué, recalcula y mientras tanto despide municipales, Hein, despide el 30 % de los asesores de los diputados. Frigerio no escucha ni responde a los estatales que baten palmas en la Casa Gris y las calles de Paraná.

Lea este sesudo análisis publicado en PAGINA POLITICA no tiene desperdicio y desnuda lo que todo estamos viendo de un gobierno provincial que está en...Alemania.

El editorialista abandonó la corrección de la pluma de estilo, ingresó a la descalificación por "boludos", un término no habitual en sus textos, como si la violencia verbal que viene de arriba pudiera replicarse desde abajo, aunque dijo que esto no era cierto pues no es una respuesta a los exabruptos de los mandamás, sino una opinión que no encontró otro calificativo para las acciones desplegadas por quienes nos mandan. Habrá que leer y si alguno se anima, opinar sobre un editorial picante.

Los concejales no sesionan porque “no hay temas que tratar”. Ni oficialistas ni opositores encienden una chispa que, al menos, derrita el hielo invernal con una tormenta de ideas y proyecte algo de calor y rumbo.

El candidato a diputado nacional del Partido Justicialista, Guillermo Michel, plantea que la provincia atraviesa una situación de “desgobierno” y que el gobernador Rogelio Frigerio tiene la legitimidad de la elección, pero que le falta construir la legitimidad desde la gestión. “No alcanza con ganar la elección, necesita demostrar que puede gobernar y gestionar la provincia”, manifiesta.


Emanuel Bornicent se enteró de buenas a primeras que se quedaba sin trabajo. Y sin vivienda. Y con la necesidad de encontrar escuela para su hijo a mitad del ciclo lectivo. Se enteró un día inhábil en la Administración: el 27 de junio, Día del Empleado del Estado. Ese día lo anoticiaron que tres días después sería un desempleado.

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La jueza Loretta Preska resolverá si suspende la orden de transferir el 51 % de las acciones de YPF a fondos buitres. Si el fallo se ejecuta, el Estado argentino perdería su participación mayoritaria en la petrolera más importante del país, con consecuencias económicas, políticas y soberanas de gran escala.

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Desde este martes y hasta el viernes, los empleados del Ministerio de Salud provincial realizarán retención de servicios y asambleas en rechazo al recorte del 20 % en las horas extras. El conflicto se agrava mientras ATE evalúa adherirse al paro nacional del jueves.

Crisis de salud mental en Entre Ríos: cinco suicidios en la Policía y ninguna política integral
El Ministerio de Seguridad lanzó una línea de asistencia tras cinco suicidios en la fuerza este año. La medida llega tarde y desnuda una realidad ignorada: la falta de centros públicos de atención psicológica, el abandono estatal frente al malestar emocional de sus trabajadores y el crecimiento alarmante del suicidio adolescente.