Los genocidas de los años de plomo en Concordia

Para no olvidar, estas son parte de las testimoniales en la causa que investiga delitos de lesa humanidad cometidos en Concordia. Las víctimas de estos hechos fueron Sixto Francisco Zalasar, Julio Alberto Solaga, y Juan José Durantini.

Sociedad25/03/2023EditorEditor
verdad y justicia
Juan José Durantini, el General Hardindeguy, el general Naldo Miguel Dasso.

El centro clandestino funcionó esencialmente en el Regimiento de Caballería de Tanques 6 Blandengues, a cargo del entonces teniente coronel Naldo Miguel Dasso y jefe del Área de Defensa 225 -quien presencia el debate en la sala de audiencias de la Cámara Federal de Apelaciones de Paraná.

Por su parte, el ministro del Interior de la última dictadura cívico-militar Albano Harguindeguy, sigue el juicio desde el Consejo de la Magistratura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mientras que Ramón Genaro Díaz Bessone, quien fue comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, fue separado del proceso por presuntas cuestiones de salud.

Los demás imputados por las causas acumuladas al Área Concordia -Concepción del Uruguay y Gualeguaychú- pidieron ausentarse durante esta parte del debate.

“Me pesa que mi hermano tuviera este destino”

Antes de prestar testimonio, María Solaga agradeció a quienes la apoyaron en la búsqueda de su hermano Julio, quien permanece desaparecido.

“En primer lugar, quiero agradecer a las Madres de Plaza de Mayo, por haber tomado la bandera de la dignidad. En segundo lugar, a las asociaciones de familiares y de derechos humanos, que no bajaron los brazos. A mi madre, que no pudo llegar a este momento. A la doctora Marita (María Isabel Caccioppoli)”.

Julio Solaga había regresado en febrero de 1976 desde Santa Fe, donde estudiaba bioquímica y militaba en la Juventud Peronista (JP). “El 22 de noviembre de 1976, alrededor de las 22, golpearon la puerta de mi casa, era un vecino para contarme que se habían llevado detenido a mi hermano. Fue una cosa terrible. Mi reacción fue de llantos y gritos”.

Jorge Wilson -quien falleció- le contó que “un rato antes habían estado conversando en la puerta de su casa, cuando se acercaron tres hombres corpulentos, de unos 40 años, vestidos de civil”. Los hombres “mostraron credencial de la Policía Federal y les pidieron el documento, a continuación le dijeron a Julio que estaba detenido y se lo llevaron”.

“Lo metieron en un Renault 12 blanco, sin patente. Ese auto llamó la atención esos días, porque entraba y salía del Regimiento”. Wilson llamó por teléfono al Comando Radioeléctrico para denunciar el secuestro, le dijeron que debía comunicarse con la Jefatura Departamental y más tarde se presentó en su domicilio personal de la Policía de Entre Ríos.

Al día siguiente, desde la fuerza de seguridad le informaron que “la búsqueda fue infructuosa”, por lo que hicieron la denuncia en Gendarmería. En las actuaciones se encomendó la investigación al comandante Suárez, quien fue al domicilio de Solaga con otros uniformados.

“Revisaron toda la casa, o sea, que fue un allanamiento encubierto. Se llevaron una caja de fósforos que tenía un número de teléfono, un cassette y unos papeles, que para nosotros eran intranscendentes”, describió. En esa línea, remarcó: “Nos enteramos de que en lugar de buscar a mi hermano, nos estaban investigando a nosotros. Estaban haciendo preguntas en el vecindario”.

Refirió que días después un conocido de su esposo, Alfredo Francolini, les dijo que se quedaran tranquilos, “que estaba en el Regimiento, en la parte de averiguación de antecedentes”.

Reunión con Dasso

Luego, indicó que llamaron al Regimiento de Caballería para mantener una audiencia, que nunca llegó. Entonces un día decidieron ir hasta allá, donde les dieron nuevas instrucciones.

El 22 de diciembre María Solaga y su madre Florentina Waigel fueron recibidas por el teniente coronel Dasso, jefe del Área 225. “Estaba molesto, porque se había enterado por los diarios del secuestro de mi hermano. Nos cuestionó que hayamos ido a Gendarmería”.

También les manifestó que posiblemente su hermano “pertenecía a una agrupación subversiva y que habría querido irse” de la ciudad. “Mi madre le creyó, porque creía que estaba frente al Ejército de San Martín, no que estaba ante un Ejército manchado con sangre”.

“Dasso nos prometió otra entrevista. En esa segunda oportunidad, nos hicieron llenar una solicitud. Manifestó que no sabía de mi hermano, pero un momento dijo ‘cuando sepamos lo que dicen en Santa Fe, vamos a saber qué pasa’. Así que estaba al tanto de lo que pasaba”, deslizó.

Búsqueda incansable

María Solaga y su familia pudieron rastrear cuál fue el derrotero de su hermano durante su detención ilegal. Supieron gracias a su intensa búsqueda que tras ser apresado en Concordia, fue trasladado a Paraná, Santa Fe y Rosario. “Nunca pudimos encontrar a un testigo, o se fueron del país o los mataron”, lamentó.

Refirió además que un ex compañero de trabajo de apellido Maquieira, que se había retirado de la fuerza naval, le confirmó el trayecto y agregó La Plata. “Fue el único que mencionó ese dato. No sé de dónde obtuvo la información, pero debe haber sido por su contacto con la fuerza”, apuntó, respecto a las conversaciones que mantuvieron entre marzo y julio de 1977.

También mencionó el hallazgo de documentación que daba cuenta de, que antes de ser detenido, Solaga viajó a Rosario. “Supongo que alguien lo marcó el 4 de noviembre de 1976”, evaluó.

Frente a la pregunta de Caccioppoli sobre las acciones judiciales llevadas adelante, mencionó la presentación de un habeas corpus en la justicia ordinaria. Igualmente, repasó las innumerables cartas dirigidas a la Junta Militar, a organismos internacionales y a autoridades eclesiásticas; así como notas enviadas a medios de comunicación nacionales.

No recibió respuesta de la mayoría de ellas -incluida una misiva dirigida a Albano Harguindeguy- y desde la Iglesia Católica sólo tuvo como devolución represalias y desesperanza.

Consultada por el Ministerio Público Fiscal, relató que cinco años atrás quienes tienen familiares desaparecidos en Concordia brindaron muestras de sangre. “La hermana de Zalasar recibió amenazas y, al mes, me entero de que fui amenazada a través de otra persona, que recibió un llamado telefónico de un hombre”, detalló.

La denuncia fue radicada ante los tribunales provinciales, pero no prosperó.

Al momento de describir a su hermano, María Solaga enfatizó que “fue una persona muy deseada” por sus padres y por ella. “Yo le puse el nombre, Julio por mi padre, Alberto porque me gustaba. Cuando él aprendió a sentarse, yo saqué mi muñeca y lo paseaba a él en mi cochecito”.

“A mí me pesa haber querido tanto a ese hermano, para que tuviera este destino…”.

Solaga cerró su testimonio con una emotiva poesía. “Te veo en todas partes, pero en ningún lugar estás… Mientras un aliento de vida me quede, te voy a buscar, te voy a buscar…”.

“No se puede vivir en la incertidumbre”

Coco Zalasar estaba comprometido con la lucha gremial y militaba en la Juventud Peronista (JP). Cuando las Fuerzas Armadas usurparon el poder de Estado, tenía 27 años, vivía con su esposa y sus dos hijas en una casa construida en la parte trasera del domicilio de sus padres. El 26 de mayo de 1976, a primera hora, salió para dirigirse a su lugar de trabajo en el Ferrocarril General Urquiza, cuando fue detenido por cuatro personas vestidas de civil.

La detención ilegal fue reconstruida por Sandra Zalasar, quien en ese entonces tenía tan sólo ocho años. “Mi papá esa mañana se iba para su trabajo. Nos despertó a mi hermana y a mí, nos pasó a la cama de mi mamá. Ellos tomaron algo y luego él se aprontó para irse. Yo me pasé de la cama y lo abracé”.

“Cuando mamá cerró la puerta, apagó la luz y nos fuimos a dormir… Pasó un tiempo muy corto. Se sintieron ruiditos de papá, que empezó a gritar ‘Elba me llevan para matarme, me van a matar’”.

Profundamente conmovida, continuó su relato tratando de dar la mayor cantidad de detalles posibles. “Mamá salió corriendo. Mi hermana y yo salimos detrás de ella. Llegué hasta la vereda. Me quedé como paralizada. Los gritos de mi papá eran muy fuertes, sin parar. ‘Elba me van a llevar, ayudame’”.

“Lo sentaron en la parte trasera del auto, un Renault 4L celeste, con manchas blancas”, describió. Además, subrayó el temor que sentía por su hermana. “Era muy chiquita, tenía cinco años, tenía miedo de que se la llevaran”.

“Cuando lo suben al auto, le empiezan a pegar para que se calle. Le daban trompadas en el estómago, la cara. Mi mamá se agarró del picaporte del auto y uno de los hombres la apuntaba con un arma grande en la panza, porque estaba embarazada… Luchaba desesperadamente. A lo último, él no decía más ‘me van a matar’, decía ‘Elba, Elba’”.

Sandra siguió el auto por algunos metros. “Tenía que salvar a mi papá, tenía que hacer algo. Entonces, empecé a correr. Tenía que llegar antes que ellos, para pararme frente del auto, pero no llegué. El auto siguió por calle Las Heras y eso es lo último que veo de mi papá”.

En ese recorrido vio un segundo coche, que relacionó con el vehículo del secuestro. Asimismo, dijo que observó el Renault 4L en la Comisaría Segunda de la Policía de la provincia, en Concordia.

Respecto a las averiguaciones posteriores, señaló que su madre salió a buscarlo, pero que recibía amenazas de que le iban a secuestrar los hijos. También comentó que Elba Consol se entrevistó con el teniente coronel Dasso.

“Es el nombre que más escuché desde que tengo ocho años. Pensé en ir a verlo, decirle quién era y pedirle que me diga dónde está mi papá”, relató, y confió: “Yo no entendía nada de la dictadura. Lo único que sé es que tenía una familia, que éramos felices. Cuando tenía 14 años me enteré de lo que pesaba con las personas como mi papá”.

Refirió que cuando tenía 16 años se encontró con un hombre, cuya identidad no reveló, que le dijo que había conocido a su papá. “Estuvo en un campo de concentración conmigo, nos torturaron y yo pude salir, pero tu papá está en un buque y está ciego”, le aseguró.

En esa línea, Sandra Zalasar contó que su padre peleaba por los derechos de los trabajadores y siempre lo nombraban delegado. “No merecía que se lo lleven así. Si pensaban que estaba haciendo algo mal, hubiesen hecho lo que está pasando hoy. Mi papá no tuvo derecho a un juicio. Seguramente estaría hoy con nosotros, si así hubiera sido”, recalcó.

La testigo expresó el dolor que le causa la pérdida de su padre y que se trata de la primera vez que narra en detalle los hechos. “Me quedé en los ocho años y de ahí no salí nunca más”.

“Este sábado se van a cumplir 36 años de espera… Lo único que quiero pedir, si es posible, es que me ayuden a encontrar a mi papá. No se puede vivir en la incertidumbre. A mi papá me lo sacaron. Yo siento que me sacaron todo”.

“Una persona no se puede perder”

Elba Consol escuchó los gritos de su suegra esa trágica mañana de 1976: “Van a matar a mi hijo”, repetía desesperada. Entonces, salió y vio que lo estaban llevando. “Mi intención era subir al auto. Uno de ellos le dijo a mi suegra que lo llevaban por sospechas, que se quede tranquila. Otro me apuntaba con un arma, me enteré que en la Central de Policía le decían Morenito, trabajaba en Investigaciones”, narró.

Enseguida comenzó la búsqueda de Sixto Zalasar. “Fuimos a la (Comisaría) Cuarta (de la Policía de Entre Ríos) y de ahí al Regimiento. Allí un militar nos dijo que tenían órdenes de cortarle la cabeza, pero que ellos no lo habían detenido. Ese señor me dijo ‘habrían sido sus compañeros’”.

A los tres meses fueron citadas para una reunión con el jefe del Área 225. “Nos presentamos con mi suegra. Y el señor Dasso aseguró que no lo habían tomado, aunque tenía órdenes de hacerlo, porque ‘andaba en cosas raras’. Señaló que esos días había intervenido personal de Inteligencia de otras partes. Y nos dijo que era ‘una guerra’”.

Sin resultados positivos, prosiguieron la búsqueda en Concepción del Uruguay, Paraná, Gualeguaychú, e incluso el penal de Coronda (Santa Fe). A raíz de su insistencia sufrió amenazas, por lo cual fue a la Central y un oficial de apellido Martínez desestimó la denuncia.

También comentó que el agente de la Policía de Entre Ríos Alfredo Hermosid -que se desempeñaba como mozo de la Jefatura Departamental Concordia- le dijo que Zalasar estaba en la delegación. Sin embargo, cuando fueron a llevarle comida le dijeron lo contrario. También indicó que en el retorno de la democracia recibió colaboración del municipio quideraba Jorge Busti (PJ). Dijo que le pidió una vivienda a Busti, a través de una carta y la llave se la dio el entonces funcionario comunal Hernán Orduna. Además destacó que desde el municipio autorizaron las excavaciones en el cementerio, para ver si entre los sepultados como "N.N" no se encontraba Sixto Zalasar.

“Una persona no se puede perder. Sólo quiero saber qué se hizo con mi esposo. Si está muerto, merece sepultura”, exhortó, muy emocionada.

“Él siempre está presente y le enseñé a mis hijos a amarlo con todo el corazón. Lo único que quisiera es que digan la verdad. Por estas personas no siento nada, no busco venganza, sólo busco la verdad”.

Declaró la hermana de Coco Zalasar

La última testigo de la jornada fue la hermana del detenido-desaparecido Sixto Zalasar. Luego de tomar conocimiento de la detención ilegal, Graciela Zalasar empezó a “peregrinar” con su cuñada Elba Consol. Remarcó que no obtenían respuestas de las fuerzas de seguridad y que le señalaban que sus compañeros de militancia lo habían llevado.

Refirió a la información que les brindó el ex agente Hermosid, quien les dijo que estaba en la Jefatura a disposición del teniente coronel Dasso. También al testimonio de una vecina, que le dijo que había visto que un auto que conducía Miguel Castaño se había llevado a Coco.

Castaño vivía en el mismo barrio y trabajaba como chofer en la Jefatura de Policía de Concordia. “Le manejaba el auto a Campbell (jefe de la Departamental)”, subrayó.

La testigo contó que tuvo oportunidad de hablar con la hija de Castaño, quien le indicó que su padre entregó al preso político en el Puente Alvear, donde lo cambiaron de coche. De hecho, logró localizarlo años más tarde en Concordia.

Los intentos por encontrar a su hermano continuaron a lo largo de los años, causando dolor y pesar a su familia. “Su único delito era ayudar a la gente, tener un pensamiento distinto”, resaltó.

“Los represores nos siguen castigando, porque no nos dicen dónde está. Le digo al señor Dasso que se ponga la mano en el corazón, que nos diga que si lo mataron, dónde están sus restos. Se lo suplico, como hermana, como madre, como abuela que soy. Que piense en ese hijo que nunca conoció a su padre”.

Al término de su testimonio, se dirigió a su hermano: “Coco, dame la fuerza para seguir pidiendo Verdad y Justicia”. (Análisis Digital)

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