Sobreviviente de la Tragedia de Los Andes: lo peor era estar "tan cerca y tan lejos de la muerte" al mismo tiempo

A cincuenta años de que un avión se estrellara con la Cordillera de los Andes, Roberto Canessa repasa los momentos más difíciles de los 72 días en que estuvo aislado en medio de la nieve.

Sociedad 11/10/2022 Editor Editor
Tragedia de Los Andes
Roberto Canessa, sobreviviente de La Tragedia de Los Andes.

El uruguayo Roberto Canessa cumplirá pronto 70 años. Fue uno de los 16 sobrevivientes del accidente del avión serie FAU 571, que el 13 de octubre de 1972 se estrelló en la Cordillera de los Andes, rumbo a Chile, y que dejó un total de 29 fallecidos. Canessa era en esa época jugador de rugby y estudiante de medicina. 62 días después del siniestro, decidió, junto a Fernando Parrado, salir en busca de ayuda, caminando diez días entre las montañas, y sin el equipo apropiado. Hace seis años, el cardiólogo publicó el libro "Tenía que sobrevivir”, en el que relata su experiencia. A 50 años del suceso, conversó con Deutsche Welle sobre lo que vivió en esos momentos y cómo eso afectó su vida.

Deutsche Welle: ¿Cómo cambió su vida el accidente?

Roberto Canessa: Sin lugar a dudas tuve una segunda oportunidad para vivir. Pensé que me iba a morir, porque en un avión que choca con la cordillera, te mueres seguro. No estaba en mis planes, pero era lo que me iba a pasar, eso fue lo que creí en ese momento, Nunca me imaginé la posibilidad de salvarme, y por eso el lema, "72 días, mientras hay vida y esperanza, tal vez hay un mañana”, se ha transformado en el motor de mi vida.

Luego de que el avión se estrellara, ¿cómo se vivía la soledad de la Cordillera de los Andes?

Éramos prisioneros de la cordillera. Teníamos una pequeña radio, que nos hacía dar cuenta de que el mundo seguía avanzando. La emisora era de Chile y escuchar que la gente disfrutaba de la primavera y nosotros ahí, agonizando desde el otro lado, donde era todo muerte, era muy fuerte. 

¿Cómo consiguieron la radio?

Era una de esas radios a pila que se usaban en esa época, y que tenía una de las chicas. Tratábamos de dosificarlo lo más posible. Sabíamos que a las siete de la mañana había una buena transmisión de ondas y ahí escuchábamos que el mundo sabía que había chocado un avión en Los Andes. Luego nos dimos cuenta de que nos estaban buscando, cuando vimos pasar un avión por arriba de nosotros, pero no nos vio. Con esos métodos de búsqueda no nos iban a encontrar. Y se empieza a poner todo muy difuso, pero, al mismo tiempo, entendemos que la única manera de salvarnos era por nosotros mismos. 

¿Qué es lo que lo aferraba a la vida?

Para mí lo peor era esa gigantesca incertidumbre de estar tan cerca y tan lejos de la muerte al mismo tiempo. Porque a pocos metros míos había un montón de amigos muertos, pero yo estaba vivo. El mundo seguía afuera. Y entendimos que, si éramos capaces de resistir lo suficiente, podíamos sobrevivir. No podíamos desanimarnos en el intento. 

También tuvieron que enfrentar una avalancha de nieve...

Sí, a los 19 días murieron ocho más, y vi que siempre se puede estar peor en la vida. Pensé que no podía estar en una peor situación que en la que estaba, y ese día quedamos enterrados vivos en la avalancha. 

En algún momento la comida se acabó, y comenzaron a tratar de alimentarse con el cuero de los cinturones, o a tomar agua de colonia, pero se dieron cuenta que no era suficiente. Ahí decidieron acudir a quienes habían fallecido. ¿Cómo se llega a aceptar una situación así?

Es un pensamiento que se va gestionando, producto del hambre. Y es terrible al ver que entre nuestros amigos hay grasa y carne. Es como un proceso mental en el cual los manuales de la vida civilizada pierden vigencia y vas a tener que hacer el camino de instinto animal, racionalizarlo e incorporarlo a ti. Sentía una gran humillación y una gran violación a los principios civilizados. Pero acepté también que no estaba haciendo nada que me hubiera importado que me hicieran a mí, en ese contexto. Habría sido un honor que me hubieran usado.

En el día 62 decidieron buscar ayuda y caminar más de 70 kilómetros en medio de la nieve. ¿Hubo algún hecho que los llevó a asumir ese desafío?

Cuando muere otro amigo, Nando Parrado me dice que probablemente otros también morirán en los próximos días y que, tanto él como yo, íbamos a estar tan débiles, que no íbamos a ser capaces de salir. Y decidimos ir a buscar ayuda. El camino fue difícil. Donde creías que estaba la cima, te dabas cuenta de que había otra montaña más alta. Pero al menos sabías que cada paso era uno menos para llegar. Y en algún momento, cuando pasamos la cordillera, vimos un río, vegetación, y hasta una lagartija. Y al verla, sentí que me había salvado, que no me iba a morir en la nieve como se habían muertos mis amigos. Y seguimos nuestro camino hasta que nos encontramos, finalmente, con el arriero Sergio Catalán. 

Tragedia de Los Andes_1
En 2012, el entonces presidente Sebastián Piñera invitó a los 16 sobrevivientes de la Tragedia de Los Andes al palacio presidencial de La Moneda, en Santiago de Chile, junto al arriero Sergio Catalán.

¿Qué sintió al verlo?

Me dije: "Lo logramos", era el sueño de llegar a la meta. A partir de eso, el mundo sabría que había sobrevivientes en la cordillera, que se habían equivocado, y que nos habían dado incorrectamente por muertos. Y lo más importante, que el rescate llegaría finalmente a nuestros amigos. 

Han pasado ya cinco décadas, desde el accidente. ¿Alguna reflexión que ha aprendido durante todos estos años?

Uno no puede sentarse a esperar que lleguen los helicópteros, sino que tienes que salir a buscarlos tú mismo, caminando, si es necesario. Esto nos enseña cómo salir adelante y cómo lograr nuestros objetivos. Y a aquellos que lo están pasado mal, decirles que sé lo que están pasando, sé lo que es trepar la montaña y desanimarse. Pero no lo hagan. Dense cuenta de todo lo que han logrado en la vida y podrán lograr mucho más. La gente no tiene problemas, tiene dificultades. Problema es que te digan que tienes tres meses de vida. Problema es estrellarse en la cordillera. Lo demás, son dificultades que le dan sabor a la vida.

¿Cómo es su relación con la muerte hoy?

Y... Cada vez más cerca. En el accidente estuvo muy cerca, y después se alejó. Y ahora que estoy pronto a cumplir 70 años, es cuestión de no dejar que entre el viejo adentro y de no cansarse de ser bueno. La clave es aprovechar el momento de la vida en el que estás.

¿Ha seguido en contacto con el resto de los sobrevivientes?

Sí, somos muy amigos. No somos solo comunidad entre los sobrevivientes, sino también entre las familias de los que no volvieron. 

¿Hablan del tema a veces?

Sí, sí, con sentido del humor. Para mí, lo más importante tras la cordillera es poder reírse de la propia desgracia, de ver lo mal que estábamos, porque entre lo sublime y lo ridículo, la línea es muy tenue. Tenemos que reírnos más y ser más felices. 

¿Se arrepiente de algo?

Claro, no me habría subido a ese avión (ríe).

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