Guerra por el oro entre indígenas del Norte: una comunidad diaguita pide que le reconozcan la tierra para dejar pasar a una minera

En sus territorio, una minera autraliana busca oro y cobre.

Sociedad16/05/2024EditorEditor
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Entre los ruidos de una Buenos Aires cada vez más caótica, un grupo de personas busca mojones para no perderse. Son más ágiles en la inmensidad de los cerros, sobre la tierra yerma de la Puna, frente a la adversidad de una tormenta eléctrica repentina. No entre colectivos, bocinazos y protestas.

Se mueven, entonces, con cautela. Visitan despachos oficiales y esperan ser recibidos. Los mantiene expectantes, además, el devenir de la ley bases en el Senado. Sobre todo el capítulo que versa sobre las grandes inversiones extranjeras, conocido como RIGI. Esperan que se apruebe tal como pide el oficialismo porque están convencidos que detrás de la normativa llegarán a la tierra que habitan inversiones importantes. Creen que esos capitales podrían cambiar su suerte, su destino, la vida cotidiana misma. Parece una incorreción política o un desafío a los tantos otros grupos que piensan lo contrario.
 
Son los habitantes de la comunidad originaria de Aguas Calientes, ubicada en el Norte de Belén, a más de 4.500 metros sobre el nivel del mar, provincia de Catamarca. Descendientes de la etnia diaguita. Habitan suelos quietos en la superficie, soplados por el viento, pero abundantes en oro y cobre por debajo.

Contra el discurso ambientalista más expandido y fundamentado, ven con buenos ojos que una minera se asiente en sus territorios y haga lo que sabe con el oro y el cobre: tomarlos, procesarlos, exportarlos, llevarlos. Podrian ser verdaderos indígenas libertarios.

Catamarca abraza la actividad minera. Su gobernador, Raúl Jalil, es un férreo defensor de este tipo de inversiones. Sus senadores tienen la orden de votar a favor de todo aquello que libere y desregule las inversiones y la actividad. Uno de los dos proyectos extractivos de litio que existen plenamente operativos en la Argentina está en Catamarca, además de Mara-Agua Rica, el gran proyecto de cobre y oro. Pero hay muchos más de menor calibre, pero gravitantes.

Muchas comunidades, como la de Aguas Calientes, creen que vender los minerales del subsuelo es el camino para comenzar a crecer, para que haya una ruta, un hospital, obras, un derrame monetario. Otras comunidades, reunidas en la Unión de Pueblos Diaguitas, en cambio, piensan lo contrario, que nada de eso ha ocurrido nunca y no ocurrirá ahora y luchan en la Justicia y en los territorios para impedirlo, con diferentes resultados.

Los de Aguas Calientes, que han llegado a Buenos Aires, nada malo ven, si lo que vuelve a cambio es el progreso consumado que durante tantos años les ha resultado esquivo. Contactan a Clarín. Se encuentran en medio del caos desenfrenado del centro porteño.
En el INAI del Gobierno de Javier Milei han sido bien recibidos. Los funcionarios se han comprometido a visitar pronto las comunidades. Ya tienen personería jurídica pero falta el trámite de determinación territorial. Si eso se consuma, podrán disponer libremente de sus tierras. Eso han venido a pedirle al Gobierno. A las 20 toman el micro de regreso en Retiro. Vuelven con la promesa de que su reclamo será atendido.
En Aguas Calientes viven 39 familias, unas 200 personas. Las necesidades son inmensas. El Estado no ha llegado prácticamente nunca. “Hay cada vez más jóvenes y no queremos que se nos sigan yendo”, dice el cacique Bernardo Gutiérrez. “Creemos que los tiempos han cambiado y que las mineras son para nosotros una oportunidad”, asume. Es una mirada incorrecta, que desafía al amplio y diverso abanico de ideologías que rechazan a la minería en la Argentina.
  
Tres familias que pertenecían a la comunidad se han escindido. Han creado otra comunidad llamada Peñas Negras. Carecen de reconocimiento jurídico. Pero impiden que avancen los proyectos de exploración. Se oponen a la minería y no dejan a nadie pasar. Ese es el otro foco crítico de la situación en la zona.

Gutiérrez, que vino en 2011 por última vez a Buenos Aires, dice. “Nosotros estamos convencidos de que la vida va a cambiar. No queremos que se vayan los jóvenes por falta de trabajo”.

Ofrece un video en el que hablan otras integrantes de la comunidad. Una mujer, llamada Julia, se compara con lo que ocurre en Laguna Blanca, donde la minería avanza. Lamenta que eso no ocurra todavía en su comunidad. “Tienen una buena posta. Tienen un club. Tienen ambulancia. Tienen un camino. Tienen escuela secundaria. Tienen un comedor infantil. Tienen medios de transporte. Tienen de todo ahí, en Laguna Blanca, y nosotros también lo necesitamos. La gente de Aguas Calientes no tiene nada. No tenemos ni un árbol, ni un álamo, ninguna cosa, no tenemos nada. Los de Peñas Negras no quieren que pasen las mineras del litio y nos perjudican a nosotros, que si queremos porque en esta comunidad necesitamos prosperar. No vengan a mentir, vengan a ver la realidad. Los que buscan impedir a las mineras no son de aquí. Quiero que la Justicia venga y vea la realidad. Necesitamos que pase la empresa minera”.

Según cuentan ellos mismos, la empresa de capitales australianos Elevado Gold S.A. mantiene con la comunidad un intenso trabajo de relacionamiento pese a que se vieron obligados a suspender las tareas que se llevaban adelante luego de un ataque cometido por un grupo de personas pertenecientes a la escisión de Peñas Negras.
Los australianos llegaron en 2017. Varios de sus empleados han sido atacados por miembros de Peñas Negras. Señalan que detrás de esos ataques hay una abogada, que se opone violentamente a la minería llamada Andrea Morales Leanza. Los trabajos de prospección avanzan y se obturan una y otra vez debido a los ataques frecuentes.
Son ataques con hondas y piedras. El gobierno instaló un destacamento policial en la zona. Cada vez que se avanza para tomar una muestra, la situación se descontrola. Es disonante lo que ocurre: policías vestidos de anti disturbios controlan el monte y se cruzan con los que se oponen. Del otro lado, los que aprueban la minería exigen custodia para que las tareas sigan.

Frente a esto, el Gobierno tomó la decisión de suspender momentáneamente los trabajos para buscar una solución a través del diálogo; esto hizo que los 30 trabajadores quedaran por el momento sin empleo. Por eso se comenzaron a movilizar; para que se reactive. Por eso llegaron a Buenos Aires. Los de Aguas Calientes dicen que ya no pueden más. Quieren decidir sobre el espacio que consideran propio. La expectativa los embriaga. Creen haber aprovechado el viaje relámpago a la capital. Se suben al micro que los llevará de regreso a la puna, a su mundo de calma, nunca exento de conflictividad y tensiones, pero con la esperanza de que algo se destrabe. Para bien. O para mal.

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