Editorial TABANO SC 25/03/2023

La madre de las hijaputeces

Que todo es color de acuerdo al cristal con el que se mire es cierto. Lo he percibido releyendo las notas de los parientes de nuestros vecinos desaparecidos en los “años de plomo” y compartido el sufrimiento que expusieron ante los jueces de los tribunales que están juzgando todavía los hechos acaecidos casi medio siglo atrás, como delitos de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptibles, aunque borrosos por el paso del tiempo.

He leído también una nota que escribió un ex diputado de la Nación y juez entrerriano y todos relatan la visión de los hechos desde su visión, que es subjetiva y de acuerdo a lo que ellos entendieron en ese momento y en los años siguientes el alzamiento de las fuerzas armadas en contra de la Constitución.

Creo que por entonces, nadie, ni siquiera los integrantes de la Junta Militar, sabían que estaban abriendo las puertas del infierno y que los sucesos posteriores no estaban, en principio, estimados como de “probable ocurrencia” o lo que en la estrategia militar se llama hoy “daños colaterales”.

He sido testigo privilegiado de la crueldad humana desatada por aquellos años y mi mente recuerda los gritos de los torturados o mi mismo cuerpo flagelado por humanos que como hienas procuraban dar el mayor dolor posible. Por una razón de supervivencia, muchas personas, nos mimetizamos con el resto y no estuvimos haciendo alarde de víctimas y en contadas ocasiones hemos relatado que denunciamos en 1977 a los violadores de derechos humanos ante la fiscalía y que obviamente nadie movió un solo dedo para investigar nada y en el transcurso murieron otras personas torturadas.

Ante la nada, habíamos elucubrado mentalmente formas de venganza que terminara para siempre con el dolor nuestro que como recidiva de una enfermedad volvía y de los nuestros que sufrieron lo inimaginable a manos de los crueles asesinos.

Distinto es el cristal del flagelado que de quien ve como se llevan a un familiar e imagina que será torturado. La realidad, en este caso, es abismal. Uno puede suponer el dolor del asfixiado con una bolsa de plástico sobre su cabeza hasta casi matarlo y otra muy distinta es tener la bolsa en la cabeza y casi morirse sin aire. Si imaginamos al picaneado con corriente eléctrica, vemos el cuadro y nos produce consternación y angustia pero la víctima que siente las descargas de corriente eléctrica y sus efectos devastadores en las partes más delicadas del cuerpo como los genitales, dientes, mucosas, son cosas muy distintas y el dolor imaginado no es igual al sufrido.

Pero el tiempo no cura todo, sino que apaga lentamente el fuego, algunos que creyeron en que habría Justicia saben ahora que medio siglo después es de una efímera vindicta pública. Víctimas y victimarios si no han muerto, están viviendo sus últimos años y la justicia es como siempre la burocracia de las leyes para enredar todo y terminar por dar condenas perpetuas a un condenado por otra condena perpetua anterior cuando ya tiene 80 años y el fallo constituye el objetivo de advertir a quienes, a partir de ahora, sepan que no pueden alzarse impunemente contra la Democracia. Las víctimas no se han enterado, y miles de familiares todavía buscan donde están sus cuerpos. Qué hijaputez tan grande y absurda.

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