Editorial Por: Editor 07/01/2022

SIN GALLINA NO HAY HUEVOS

Nadie duda que en Salud Pública no se hace más porque NO SE PUEDE y no se dice para que los administrados no entren en pánico. Así que cualquier hijo de vecino que necesite asistencia en la UTI puede no encontrar lugar.

Esto ha pasado en países del primer mundo con un sistema de salud altamente tecnificado que dispone de más de 300 respiradores para 200 mil habitantes, así que no es extraño que Concordia, como la ciudad más pobre entre las pobres, disponga de una reducida capacidad de respiradores que ni siquiera son el 10 % de aquellos que tiene Alemania, Francia o los Estados Unidos, medidos por habitante.

Esto se suple con la extraordinaria vocación que han demostrado durante la Pandemia los trabajadores de la salud que ha pasado los límites de ejercitar la profesión con dedicación y esfuerzo sino que lo hicieron, lo hacen y seguramente lo harán mañana cuando el sistema se encuentre al tope y tensionado al máximo con sacrificio personal.

Esa entrega con pasión a “sus” pacientes debe ser acompañada por todos. En principio, por el Estado, como regulador, dueño y administrador del servicio de salud pública y esto se logra otorgando mayores recursos dentro de la reconocida situación de la “frazada corta”, determinando que para tapar la cabeza deja al aire los pies o que para taparse los pies deja descubierta la cabeza, en fin, esta situación no es nueva en Entre Ríos, ni menos aquí donde la pobreza franciscana es reconocida por propios y extraños.

Muchos médicos de Europa, en la primera y segunda ola de coronavirus, donde todavía no había vacunas o era incipiente la cantidad de vacunados, tuvieron que poner en práctica el método de selección natural que se emplea en las guerras, elegir a quien tenía mayores probabilidades de sobrevida para atenderlo y dejar “irse” aquellos más viejos o con problemas que hacían pensar que no sobrevivirían. Ahora, se enfrentan al dilema ético de atender a los vacunados y dejar morir a los que decidieron NO VACUNARSE, pues ellos no solo resultaron víctimas de su propia decisión sino que pusieron en riesgo la salud de los demás y cada cual es dueño de su propio destino. Ocurre que quienes se negaban a vacunarse son quienes, a la hora de faltarle el oxígeno, claman por atención y nadie quiere morirse, menos asfixiado.

¿Podemos nosotros, simples ciudadanos, ayudar a los trabajadores de la salud? Sí, en principio cumpliendo con el deber de vacunarnos por nosotros, nuestra familia y la sociedad en la que vivimos, segundo, colaborando con los requerimientos sanitarios, de usar barbijo, el distanciamiento social, el lavado de manos y el uso del alcohol en gel, evitando las aglomeraciones y respondiendo positivamente a las instrucciones de Salud Pública.

Ellos ahora están al mando del timón y si dicen “estatua” hay que parecerse a una de ellas para no tener que escuchar “a los botes” que sería el plan “B”, de abandonar el barco que se hunde y hacernos a la mar en las frágiles embarcaciones.

Estamos en un momento difícil, y como en el Titanic que la orquesta seguía tocando mientras se hundía, aquí los financistas siguen aplicando intereses astronómicos, los acreedores quieren cobrar y demandan intereses y costas, las deudas de energía que serían contempladas, se pretenden cobrarlas con tasas de usura y hasta el Estado como el padre que debe velar por sus hijos, manda a sus abogados a ejecutar a quien no pagó impuestos en la Pandemia, matando la gallina de los huevos de oro, cuando él no pone un solo huevo, sino que concurre al gallinero a llevarse los huevos de la gallina.

Si la gallina está enferma y no pone huevos, ¿qué pretende?... ¿dejarla morir para quedarse con el nido donde no habrá más huevos?...  

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