La 'prueba del talco' que desmonta la farsa de las vacunas con imanes

En la última semana, miles de videos han inundado las redes sociales "demostrando" que, tras la vacunación, diversos objetos metálicos como tijeras o cucharas se quedan pegados al brazo donde se ha recibido la vacuna. El problema es que, mientras a algunos estas afirmaciones les provocan la risa, a otros les parecen verosímiles generando miedo y desconfianza frente a la vacunación. Estas son cuatro razones por las que podemos desmentir la farsa.

Interés General06/06/2021EditorEditor
Talco

1. EN LA FICHA TÉCNICA DE LAS VACUNAS NO FIGURA NINGÚN TIPO DE METAL PESADO O CON PROPIEDADES MAGNÉTICAS

Para empezar, las fichas técnicas de las vacunas frente al coronavirus que están aprobadas en casi todo el mundo (Pfizer, Moderna, Sputnik V, AstraZeneca y Janssen) son de libre consulta y cualquiera puede comprobar que entre los ingredientes no se encuentran los metales pesados ni nada similar a un imán. Quizá lo más parecido que podemos encontrar en una vacuna (y no precisamente en estas) son sales de aluminio, que se emplean como coadyuvante para potenciar la respuesta inmune. En caso de que alguna vacuna incluya sales de aluminio lo hace en un porcentaje muy pequeño, menor incluso del que encontramos en la leche materna. Y alguno pensará: ¿y si las fichas técnicas mienten? Pasamos a la segunda cuestión...

2. LA CANTIDAD DE METALES FERROMAGNÉTICOS QUE CABEN EN UNA VACUNA NO SERÍAN SUFICIENTES PARA GENERAR ESE PODER DE ATRACCIÓN

Vamos a suponer el improbable caso de que el prospecto mintiera y las vacunas contuvieran metales pesados. Necesitaríamos al menos un gramo del imán para poder atraer el metal o viceversa. El "equivalente" en volumen en la vacuna es aproximadamente un mililitro. Si tenemos en cuenta que las dosis de la vacuna del coronavirus tienen un volumen de 0,3 a 0,5 mililitros, literalmente no cabe tanto metal en tan pequeña dosis de vacuna. Y en el hipotético caso de que inyectáramos toda esa cantidad de metal, nos encontraríamos con que la vacuna tendría un color que ya no sería transparente, el paciente sentiría dolor con la inyección y se debería quedar un "bulto" de metal en el brazo a modo de implante para poder conseguir el "efecto imán" (si ese gramo de metal se distribuye por el cuerpo ya no se conseguiría el efecto). Todo esto es algo que no está sucediendo. Y aun así alguno pensará: "ok, pero en los videos a la gente se le quedan las cucharas pegadas... ¡por algo será!". Pasemos a la tercera cuestión para resolverlo.

3. EL SECRETO ESTÁ EN LA GRASA

En la grasa... y en el sudor. Sí señores, la explicación de por qué se quedan pegados los objetos metálicos en la piel es mucho menos exótica de lo que podríamos esperar. Por un lado, nuestra piel está recubierta de un manto lipídico, de grasa, que nos protege. En las pieles secas será más difícil que se produzca cualquier tipo de adhesión, pero en pieles más grasas o hidratadas, por el simple contacto por presión, es posible que objetos con superficies muy lisas se queden pegados. Del mismo modo el sudor tiene una función crucial: cuando aumenta la humedad de la piel, las propiedades mecánicas de esta cambian conduciendo a una mayor adhesión. En definitiva, dependiendo de que la piel sea más o menos grasa o tenga mayor o menor grado de humedad (algo que varía entre las personas y las duchas que lleven las personas) es posible que determinados objetos se queden adheridos. Pero esto no solo ocurrirá con metales sino también con papeles, con plásticos o con otros objetos preferentemente de superficie lisa.

4. EL TALCO NO ENGAÑA

Si a pesar de esta completa explicación, su prima, su vecino o su cuñado insisten en que las vacunas contienen metales magnéticos, puede usted darle el dato definitivo con la prueba del talco. Pídale a su pariente "creyente de los metales" que tome un metal y un imán y que los embadurne de polvos de talco para ver qué sucede al unirlos. Comprobará que, a pesar de estar ambas piezas embadurnadas en talco, seguirán sintiendo atracción y "pegándose" la una a la otra. Después pídale que embadurne de talco su brazo y la cuchara o el objeto metálico con el que esté haciendo la demostración. Y a continuación, que pruebe a pegarlo a su brazo otra vez. ¡Sorpresa! Comprobará que ya no se pega. El talco rompe la magia al absorber la humedad que favorece la adhesión. Si con esta versión pandémica de la "prueba del algodón" su pariente aún desconfía, no se desanime. Llegaremos al "efecto rebaño", a pesar de los borregos.

 

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