El castillo de más de 100 años que luego de décadas de abandono volvió a ser el orgullo local

El Castillo San Carlos, uno de los símbolos de Concordia, fue construido entre 1886 y 1888. Por Vivian Urfeig.

Concordia 22/08/2022 Editor Editor
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Frente a la costanera del río Uruguay, en Concordia, el castillo San Carlos, puesto en valor y convertido en un centro de interpretación, atesora historias de leyenda: fue el lugar donde Antoine de Saint-Exupéry se inspiró para escribir El Principito.

Antoine de Saint-Exupéry nunca imaginó la fuente de inspiración que encontraría al aterrizar por accidente en el Castillo San Carlos, frente a la costanera del río Uruguay. Con las ruedas del Laté 25 averiadas, el autor de El Principito recaló en las barrancas más lindas de Concordia en el verano de 1929. Dos niñas que tenían por mascota a un zorro y hablaban en francés lo recibieron en la mansión de los Fuchs Valon. Las “princesitas argentinas” Suzzane y Edda le enseñaron a Saint-Exupéry a observar la naturaleza y revisar el vínculo con los animales en un entorno de un verde profundo, con vistas panorámicas al río.

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En el verano de 1929, el aviador francés aterrizó de emergencia en el predio del castillo, en las barrancas más lindas de Concordia, y conoció a las nenas Suzzane y Edda que vivían allí.

Las mismas visuales que hoy se pueden disfrutar desde el mismo lugar donde las nenas tomaban el té. Después del abandono y el incendio de 1938, el municipio encaró la restauración en 2013 bajo el asesoramiento del arquitecto Marcelo Magadán. La consolidación de las ruinas y la puesta en valor del castillo fueron distinguidas un año después con el Primer Premio a la mejor intervención en obras que involucren el patrimonio edificado, de la Sociedad Central de Arquitectos. La restauración dio vuelta una página de abandono y saqueos. De la desolación al resurgimiento del “castillo de leyenda tan seguro y protegido como un monasterio”, según escribió Saint-Exupéry en el libro Tierra de Hombres. Herrajes, bisagras, tornillos y fragmentos de la vajilla francesa del conde francés Eduard Demachy, quien construyó el mítico edificio entre 1886 y 1888, se pueden apreciar desde las vitrinas del Centro de Interpretación. También, el mango de hueso pulido de un cepillo de dientes y un cairel de una lámpara antigua. Las pasarelas y escaleras ordenan la circulación de los visitantes que pueden viajar en el tiempo a través de los vestigios, como las fachadas originales, sostenidas por contrafuertes de ladrillos.

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Contaba con calefacción central por medio de hogares de mármol, sistema de iluminación a gas y sistema de agua corriente, en base a materiales traídos de Europa.

El derrotero de esta ciudadela mítica que originó leyendas literarias se podrá recorrer en breve con audio guías en distintos idiomas que llevarán a los visitantes por los vericuetos donde las princesitas disfrutaron la naturaleza del lugar por un par de años. “Para el verano armamos recorridos nocturnos, una experiencia sensorial inigualable”, destaca Paulo Tisocco, el director del predio que, luego de la pandemia y por votación popular, desestimó el uso de vehículos. “Volvieron las aves y otros animales, recuperamos el ecosistema”, afirma.

Construido en apenas dos años, calefacción central por medio de hogares de mármol, sistema de iluminación a gas, sistema de agua corriente, en base a materiales traídos de Europa, contaba con instalaciones y comodidades desconocidas para la zona: cuartos individuales que funcionaban como sanitarios. La puesta en valor dejó al descubierto el sistema de desagües originales construidos con ladrillos comunes revestidos con cemento, un complejo trazado que conduce el agua hacia el exterior en diferentes puntos de la barranca. Y las cañerías de hierro que alimentaban de agua al edificio, un avance para la época.

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En 1938, un feroz incendio los destruyó y fue restaurado en 2013.

El castillo, ícono cultural de Concordia, es uno de los imperdibles del amplio circuito de paseos. Aguas termales, ecoparques, fincas de arándanos, reservas naturales y pesca artesanal, donde el dorado y la boga pican en punta, son los atractivos que ofrece la ciudad de Entre Ríos, a 430 km de Buenos Aires. Para mucho más que una escapada de fin de semana, el destino propone alternativas que conjugan historias tan mágicas como sus atardeceres anaranjados que transforman el cielo en un espectáculo propio.

Los senderos de la reserva de palmeras Yatay por donde correteaba la nieta de Urquiza configuran buena parte del encanto que propone el establecimiento rural La Angélica donde el lema “Conocer para querer, querer para conservar” es el hilo que cose la propuesta. Valeria Russo Marco, cuarta generación al frente de las 80 hectáreas, decidió recuperar y poner en valor el extambo. Y junto a su marido armaron una fábrica de yogur que, según los entendidos, respeta a rajatabla la fórmula original. Allí se puede almorzar, pasar un día de campo, merendar y conocer los beneficios del alcanforero –un árbol de alcanfor-, encontrar semillas de amaranto, moras, cardos comestibles y contemplar el ecosistema que incluye un mariposario entre los coronillos, los arbustos que hospedan a la Bandera Argentina (la mariposa selvática blanca y celeste).

Un alto en el camino que guía la intérprete naturalista Rafaela Pereyra permite apreciar las ruinas de la posta de descanso que hacían los jesuitas en sus peregrinajes por las tierras que pertenecieron a Justo José de Urquiza, varias veces gobernador de la provincia. El casco reconvertido en salón restaurante también atesora las viejas puertas frigoríficas y las típicas botellas de vidrio donde repartían la leche recién ordeñada del viejo tambo. Cabalgatas, avistajes y actividades ligadas a la producción artesanal de dulces y cosméticos derivados del Yatay completan el menú.

Carpinchos en el Ecoparque
La danza de los carpinchos en el Ecoparque Salto Grande, un predio de 20 hectáreas con fauna y flora regional.

La ciudad que mira al río desde su costanera peatonal, con bicisendas y postas aeróbicas, también pone el acento en la biodiversidad de sus entornos naturales. En el Ecoparque Salto Grande, por ejemplo, se pueden ver familias enteras de carpinchos y distintas aves que aportan al ecosistema nativo su propio ritmo. El lugar es el resultado de la reconversión de un predio de 20 hectáreas por un parque de flora regional para uso turístico, recreativo, de conservación y educación ambiental. Playas, juegos y hasta un reloj de sol indican que el cuidado colectivo del espacio rinde sus frutos.

A quienes le interese conocer por dentro el funcionamiento del Complejo Hidroeléctrico de Salto Grande que desde hace 40 años genera energía a partir de una gestión binacional no tiene más que sumarse al recorrido por las salas de máquinas y 14 turbinas de la represa. Con 7 máquinas argentinas y otras 7 uruguayas el complejo abastece el 35% de la electricidad de Uruguay, y el 5% de la Argentina. El entramado de compuertas, torres, turbinas, esclusas y unidades hidrogeneradoras se ubica en el curso medio del Ayuí, que en guaraní significa “agua que corre”.

El Museo y Centro Cultural del espacio permite conocer en profundidad el rescate del patrimonio arqueológico de Salto Grande, con herramientas, máquinas, materiales y elementos utilizados en el proceso de construcción de la represa.

Un circuito de aguas con fines energéticos en la ciudad donde el agua es protagonista.

El circuito de parques termales es el caballito de batalla de la región que expandió su potencial. La ruta cultural delineada por los museos ratifica el hashtag viral #ConcordiaTieneDeTodo. Desde el Museo Palacio Arruabarrena inspirado en la arquitectura francesa del siglo XX y el Museo de Artes Visuales hasta el Costa Ciencia y el Museo de Antropología y Ciencias Naturales, donde se puede conocer la vida cotidiana de los pueblos originarios.

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