Ucrania: lo impensable puede ocurrir

Es demasiado peligroso arrinconar a una potencia atómica y no dejarle otra opción que el botón rojo

Internacionales 02/05/2022 Editor Editor
Ucrania
Bloque de edificios destruidos tras el bombardeo ruso sobre Chernihiv

¿Usará Vladímir Putin su arsenal atómico? Hay buenas razones para pensar que no. Pero también hay buenas razones para pensar que sí. Y eso es extremadamente alarmante.

El contexto induce al pesimismo porque en la guerra de Ucrania, hasta ahora, han prevalecido las opciones más siniestras. Creíamos que no habría invasión, y la hubo. Esperábamos que se tratara de un conflicto breve, pero no se le ve el final. Suponíamos que Rusia tenía objetivos concretos y factibles; a estas alturas, cuesta atribuir alguna racionalidad a este espasmo violento de paranoia nacionalista.

De las palabras del propio Putin y de la brutalidad con que se desempeñan sus tropas se desprende que un objetivo real es la destrucción completa de Ucrania. El propósito consiste, si atendemos a lo que estamos viendo cada día, en arrasar ciudades, exterminar a las élites dirigentes, deportar poblaciones y borrar de la memoria la existencia misma de Ucrania.

El Ejército ruso topa con tres dificultades: la relativa incompetencia de sus tropas, la inesperada efectividad de la resistencia ucrania y la creciente ayuda militar que recibe Kiev de Estados Unidos y sus aliados. Rusia, por otra parte, sufre por el coste de la guerra y por las sanciones más o menos efectivas impuestas desde Washington y Bruselas.

Una de las tesis esenciales de la doctrina de la destrucción mutua asegurada, con la que se evitó un conflicto nuclear durante la Guerra Fría, se refiere a la necesidad de conceder al enemigo un margen de retirada honroso. Es demasiado peligroso arrinconar a una potencia atómica y no dejarle otra opción que el botón rojo. Ahora bien, ¿cuál sería un margen razonable para Putin? ¿Qué necesita el tirano para cantar victoria y detener la agresión? No lo sabemos. No sabemos hasta dónde quiere modificar el mapa de Europa. Y él mismo va cegando sus vías de retirada.

Supongamos que ocurre. E imaginemos que ocurre en su versión más moderada, si es que las cuestiones apocalípticas pueden medirse en grados. El Ejército ruso usa un artefacto nuclear táctico (lo de “táctico” suena engañoso: son proyectiles de corto alcance con una potencia destructiva bastante mayor que las bombas de Hiroshima y Nagasaki) y destruye una pequeña ciudad ucrania, exterminando a todos sus habitantes. Moscú amenaza: o rendición inmediata o destrucción nuclear de Kiev.

¿Qué pasa entonces? Joe Biden ha rechazado una y otra vez la posibilidad de que la guerra de Ucrania conduzca a la tercera guerra mundial. Estados Unidos no participará en una escalada atómica. Habría poco que hacer, desde este lado del mundo, en caso de contemplar una atrocidad de este tipo en territorio ucranio. Las sanciones se harían más rígidas, seguramente. Pero Putin sabe, como sabemos todos, que la guerra nuclear total (y la destrucción mutua asegurada) no se baraja como opción. ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar para salvar Ucrania?

Cabe recordar aquella frase de Henry Kissinger: “Con las tácticas adecuadas, una guerra nuclear podría no ser tan destructiva como pensamos”.

Lo impensable puede ocurrir en cualquier momento. De hecho, lo impensable lleva más de dos meses ocurriendo.

Objetivo: diezmar el Ejército ruso

Washington, además, se ha marcado el objetivo de ayudar al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, a diezmar el Ejército ruso hasta dejarlo incapaz de acometer una invasión como la iniciada el 24 de febrero. Y el presidente de EE UU, Joe Biden, va a elevar las ayudas a Kiev hasta alcanzar niveles que ya igualan el gasto anual de EE UU durante su campaña en Afganistán.

Putin ha amenazado, por su parte, con recurrir a armas nunca usadas para responder a una implicación occidental que, según Moscú, empieza a rozar la cobeligerancia. Y su ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, acusó el pasado lunes a la OTAN de haberse embarcado en una guerra contra Rusia por intermediación de Ucrania. Advirtió que el riesgo de una conflagración nuclear es “grave, real”. “No debemos infravalorarlo”, añadió amenazante.

Rusia amaga también con extender el conflicto hasta Moldavia aprovechando la presencia de sus llamadas fuerzas de paz en la región separatista de Transnistria, lo que abriría otro frente en el flanco suroccidental en Ucrania. Y, por primera vez, las autoridades rusas empiezan a utilizar el término de “guerra” para calificar un conflicto que hasta ahora describían como una “operación militar especial”. Fuentes occidentales señalan que el ala más dura de Moscú sería partidaria de declarar ya abiertamente la guerra contra Ucrania, un movimiento que implicaría la movilización general de la población adulta rusa para su posible llamada a filas.

Fuentes aliadas atribuyen la creciente agresividad de las gesticulaciones del Kremlin a sus continuas dificultades en el campo de batalla. “Alzar tanto la voz en estos momentos es una prueba de debilidad más que de fortaleza”, apuntan esas fuentes. Jamie Shea, del centro de estudios Friends of Europe y ex alto cargo de la OTAN, coincide en que las protestas rusas contra el suministro de armas occidentales son una clara señal de que Moscú teme un fracaso militar en Ucrania. “El Kremlin sabe que tendrá que frenar su ofensiva en la región de Donbás y en el mar Negro cuando el Ejército ucranio empiece a usar armas sofisticadas y de alta tecnología, como los drones Switchblade, lanzamisiles o sistemas de defensa aérea y de radar”.

Incluso la Unión Europea, al principio reacia a la idea de involucrarse en la resolución bélica del conflicto, se muestra cada vez más combativa. “La agresión de Rusia es una amenaza directa contra nuestra seguridad, haremos que sea un fracaso estratégico”, afirmó esta semana la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. “Este es un momento decisivo, nuestra respuesta decidirá el futuro tanto del sistema internacional como de la economía global”, pronosticó Von der Leyen durante una visita oficial a la India.

El riesgo de una potencia amargada

El optimismo de Occidente, y de la Administración Biden en particular, sobre la derrota de Rusia y su debilitamiento definitivo inquieta a algunos analistas. “Creo que es un error convertir la debilidad de Rusia en el principal objetivo. Deberíamos evitar que acabe convertida en una potencia cabreada, amargada y peligrosa, como lo fue Alemania en los años veinte del siglo pasado”, opina Michael O’Hanlon, director de investigación en Política Exterior del laboratorio de análisis Brookings Institution, experto en defensa estadounidense y seguridad nacional, “y no hace falta que recuerde lo que, hace un siglo, vino después de esa humillación”.

Gowan también se muestra partidario de que las potencias occidentales sigan enviando un mensaje a Putin de que aún hay opción para una salida dialogada, por mucho que en este momento “ambas partes estén convencidas de la posibilidad de su victoria”. “Si el único mensaje que ve el Kremlin es que Estados Unidos está listo para una larga guerra, es probable que Moscú redoble su apuesta y ese largo conflicto sea del todo inevitable”, asegura.

Fuentes de la Alianza Atlántica reconocen que “cabe la posibilidad de que Putin opte por la escalada”. Y desde Bruselas observan con evidente aprensión a un presidente ruso que, según esas fuentes, “a menudo no parece ser bien informado por sus mandos sobre lo que está ocurriendo en el campo de batalla”.

Dos meses después del inicio de la guerra, el Ejército ruso solo dispondría de 90 batallones en territorio ucranio, con otros 20 de vuelta en Rusia por motivos de aprovisionamiento, según fuentes de la OTAN. Las mismas fuentes calculan que al comienzo de la invasión pudo haber hasta 130 batallones, lo que indicaría que, entre bajas y repliegues, queda un 30% menos de tropas rusas en Ucrania.

La inteligencia occidental considera, además, que el Kremlin ha agotado su arsenal de armas de precisión y no dispone de capacidad financiera ni técnica para dotarse de unos misiles que cuestan unos dos millones de dólares (1,9 millones de euros) por unidad. “Rusia está recurriendo a la artillería de toda la vida y a ataques indiscriminados que en lugar de destruir un objetivo concreto se llevan por delante todo un barrio de civiles”, señalan fuentes aliadas.

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