Ucrania se resiste a entregar Mariupol y asegura que los últimos combatientes “lucharán hasta el final”

Cinco personas mueren en un ataque en el centro de Járkov, intensamente bombardeada en el primer día de la Pascua ortodoxa, pese a los llamamientos a una tregua por las festividades.

Internacionales 18/04/2022 Editor Editor
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Una mujer y su hijo pasan junto a un cadáver en Mariúpol, este sábado.

Este domingo concluyó el ultimátum de siete horas que Rusia dio a los últimos combatientes ucranios en la estratégica ciudad de Mariúpol para que depusieran las armas. Sin dar ninguna señal de rendición durante la jornada, el primer ministro ucranio, Denis Shmihal, ha asegurado que “la ciudad todavía no ha caído” y que el último reducto resistente “combatirá hasta el final”. “Nuestras fuerzas militares, nuestros soldados aún están allí [...] En este momento en el que hablo, están todavía en Mariúpol”, ha señalado en una entrevista a la cadena de la televisión estadounidense ABC. Las imágenes satelitales muestran humo y fuego en la zona.

Mientras, Rusia se ha cebado con la segunda ciudad de Ucrania, Járkov, también en el este, en el primer día de la Pascua ortodoxa, religión mayoritaria en los dos países. Cuando miles de sus ciudadanos se disponían a bendecir las tradicionales ramas de sauce que conmemoran la entrada de Jesús en Jerusalén, una decena de misiles sembraban el terror en su casco urbano. Cinco personas han muerto y una docena han resultado heridas. La mayoría de los proyectiles iban dirigidos a infraestructuras civiles.

El Ministerio de Defensa ruso ofreció a las fuerzas de Ucrania en Mariúpol un plazo de siete horas a partir de las 6.00 de la mañana (5.00, en la España peninsular) para entregarse sin condiciones. “Los que abandonen las armas salvarán su vida. Es su única oportunidad”, dijo el Kremlin a los soldados atrincherados en el complejo metalúrgico de Azovstal, en el sur de la ciudad y escenario de las batallas más intensas de las últimas semanas.

Mariúpol, marcada por la destrucción y la crisis humanitaria, lleva semanas sitiada. Moscú asegura controlar ya toda el área urbana. “Los ocupantes serán responsables de todo lo que han hecho en Ucrania, de todo lo que han hecho a los ucranios”, dijo el presidente del país, Volodímir Zelenski, en su cuenta de Telegram.

Se desconoce cuántos combatientes quedan en Mariúpol, cuya ubicación en el sudeste del país y a orillas del mar Negro convertiría su captura en el mayor logro ruso en una campaña que por ahora no ha tenido ninguno significativo. Permitiría a las fuerzas rusas conectar Crimea, que se anexionó en 2014 tras un referéndum ilegal, con el territorio que controla en las provincias separatistas del este. El Ministerio de Defensa ruso asegura, citando comunicaciones radiofónicas interceptadas, que entre los últimos combatientes ucranios hay 400 “mercenarios extranjeros” y tienen órdenes de disparar al que intente rendirse.

Arrasar la ciudad “a cualquier precio”

El ministro ucranio de Exteriores, Dmytro Kuleba, ha admitido este domingo a la cadena CBS que no hay comunicaciones diplomáticas con Rusia y que la suerte de Mariúpol puede constituir una “línea roja” en las negociaciones. “Lo que queda del Ejército ucranio y un gran grupo de civiles están rodeados por las fuerzas rusas. Siguen combatiendo, pero parece, visto el comportamiento del Ejército ruso en Mariúpol, que han decidido arrasar la ciudad a cualquier precio”, ha lamentado.

En la misma línea se expresó un día antes Zelenski al acusar a Moscú de “destruir deliberadamente a cualquiera que esté” en la localidad y advertir de que la “eliminación” de los últimos militares resistentes allí “pondría fin a cualquier negociación de paz”. El director del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, David Beasley, avisó ese mismo día de que más de 100.000 civiles en Mariúpol “se están muriendo de hambre” y “necesitan desesperadamente alimentos, agua y calefacción”.

En Járkov, segunda ciudad del país, las columnas de humo y ataques de artillería han sido constantes este domingo. En los barrios más céntricos, los proyectiles han impactado por lo menos en tres edificios de viviendas, en unas oficinas y en una residencia de estudiantes.

Pasada la una de la tarde se ha desatado una tormenta de violencia sobre Járkov. El día amaneció lluvioso y la población creyente —solo un tercio de los 1,4 millones de habitantes de la ciudad continúa en el municipio— aguardaba en las iglesias para recibir la bendición del primer día de la Pascua ortodoxa. En las últimas semanas, se habían producido llamamientos internacionales al Kremlin para que frenara la agresión en territorio ucranio al menos durante estas festividades. El papa Francisco también reclamó una “tregua” durante la Pascua.

Escombros y cristales proyectados

El Ejército ruso ha respondido redoblando el daño. El asedio sobre Járkov empezó el primer día de la invasión, el 24 de febrero, y pasados dos meses, el daño se percibe en prácticamente cada calle. El ataque de este domingo sorprendió a los enviados especiales de EL PAÍS a 100 metros de uno de los edificios destruidos. El silbido de los propulsores de dos cohetes ha precedido en pocos segundos al estallido y a los escombros y cristales que han salido proyectados. Un segundo ataque en la misma localización se ha producido un minuto después, un tiempo fundamental que los pocos transeúntes y vehículos en la zona han utilizado para salir a toda prisa y evitar una muerte segura.

Las columnas de humo se han dejado ver en varias ubicaciones del distrito de Nahirnyy y unos pocos vecinos se han atrevido finalmente a asomarse solo cuando han visto llegar a los camiones de bomberos, señal de que el mayor peligro de nuevo impacto ya había pasado. La proximidad de Rusia —a 40 kilómetros de Járkov— y del frente —a 15 kilómetros— dificulta que las sirenas que advierten de un posible ataque aéreo lleguen a tiempo para alertar a la población local. El centro de Járkov sufrió el sábado otro ataque con un mísil balístico que destruyó un complejo industrial y de oficinas. Fallecieron dos civiles y 18 resultaron heridos.

En la iglesia de San Lake, templo fiel al patriarcado de Moscú, Ludmila Slusare salía al mediodía de este domingo con su rama de sauce bendecida y un pan para el almuerzo. A lo lejos se escuchaba el sonido de las baterías antiaéreas ucranias. Slusare nació en Vorkutá, en el norte de Rusia, aunque lleva 32 años en Ucrania. A esa hora todavía no se había producido la lluvia de misiles, pero sus augurios no eran optimistas: daba por hecho que la festividad religiosa no se utilizaría como oportunidad para detener las hostilidades. “Los rusos no perdonan que Ucrania les hundiera el Moskva”, opinaba Slusare en referencia al buque insignia de la Armada rusa destruido la semana pasada.

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