Editorial: De los atractivos reales a la "cajita feliz" de Azcué para el "despegue" del turismo en Concordia.

A días del receso invernal, la actividad turística en Concordia parece sumida en una parálisis. Los empresarios del sector advierten una temporada con reservas mínimas, casi inexistentes, y no disimulan su frustración: el Estado no genera nuevos atractivos ni promociona los ya existentes. Las ideas escasean. El único recurso que parece manejarse con destreza es el de crear nuevos impuestos o retocar los viejos con maquillaje semántico.

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En ese contexto, el gobierno provincial —bautizado por muchos como de “los porteños”— no solo desconoce el reclamo del sector, sino también el de sus propios empleados públicos que golpean las manos en la Casa Gris sin obtener respuesta. El silencio oficial se parece más a una táctica zoológica que a una estrategia política: la técnica del ñandú, enterrar la cabeza y esperar que el conflicto desaparezca.

El problema es que, desde esa posición, es difícil imaginar políticas que posicionen a Concordia como destino competitivo. En lugar de gestionar, legislar o ejecutar, se habla —mucho y sin precisión— desde una formación tributaria que no dialoga con la realidad turística. Se promete reducir impuestos pero se aplican aumentos solapados. Se anuncian supuestas eliminaciones de tributos que ya no existían desde hace más de un siglo. Todo bajo una lógica de gobernar sin hacer, culpando al pasado y endeudando el futuro.

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En este mar de confusión, surge —casi como oasis bizarro— una propuesta municipal encabezada por el intendente Azcué: una “cajita feliz” con productos regionales, pensada para turistas que cumplan ciertos requisitos. La iniciativa, bautizada como Concordia En Tus Sentidos, contiene mieles, alfajores, vinos, aceites esenciales y hasta un lápiz plantable. Todo muy sensorial, muy promocional, muy complejo.

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Pero hay un detalle que no encaja: no es gratuita. Se promociona como “obsequio de hospitalidad”, pero el acceso implica:

Alojarse al menos tres noches en establecimientos homologados.
Inscribirse por WhatsApp.
Ser evaluado por funcionarios que validan al “beneficiario”.
Pagar por el kit multisensorial, cuyo costo, además, no se especifica.
Llamarlo obsequio no solo resulta contradictorio, sino jurídicamente cuestionable. Un obsequio, por definición, no se cobra. Lo que se ofrece aquí es una prestación onerosa con envoltorio emocional.

¿Es una buena idea? Puede ser. ¿Es generosa? No demasiado. ¿Es útil para revertir una temporada con ocupación hotelera por debajo del 20%? Difícilmente.

La cajita feliz de Azcué no reemplaza a una política turística seria. Es apenas un gesto, una acción que no desentona en una administración que, como dice la publicidad del producto, parece gobernar activando todos los sentidos… excepto el del sentido común.

 

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