Editorial Por: Editor 05/12/2021

¿Hay algún bien superior a la vida?

No. Es el valor supremo del ser humano. Y nadie puede quitársela a otra persona. Hay atenuantes para los homicidas, también cuando quitan la vida de alguien para proteger la suya o la de sus seres queridos amenazados. En esos casos se perdona que hayan matado.

El caco que asesina en su huida y tiene que cubrirse a tiros para que no lo liquiden, no hay que perdonarlo, pero sí entender que era la vida suya o la del que quería quitársela para abortar un ilícito.

Lo que no se perdona y hemos sido morosos los argentinos en llegar con justicia es a quienes secuestraron, torturaron y asesinaron, entre ellos a jóvenes vecinos  nuestros, sumiendo en el dolor a su familia y especialmente a sus madres.

Qué inmenso dolor saber que  su hijo estaba siendo torturado, atormentado con los métodos más crueles e inhumanos posibles y no poder hacer nada.

La justicia de entonces, colaboracionista. La Iglesia, cómplice. Y las armas de la Nación, vueltas en contra de sus propios ciudadanos. Una sociedad anestesiada. Cooptadas las voluntades por el férreo peso de las armas apuntadas contra el pueblo y la decisión enfermiza de secuestrar, torturar y matar como método represivo.

Así fueron cayendo presos miles y miles de compatriotas que sufrieron los vejámenes de los genocidas que se encaramaron en el Poder y ensangrentaron la Patria desde La Quiaca a Tierra del Fuego, de este a oeste.

Las condenas llegaron, pero a casi medio siglo de los hechos. Encontró a varios represores fallecidos y, otros, decrépitos por el paso de los años y los pesares en su conciencia de lo que habían hecho. Dicen que la “justicia siempre llega”, pero, como en este caso, llegó tarde las cadenas perpetuas con la que resultaron condenados aquellos que, como Dasso, se consideraron dueños y señores de la vida de los argentinos que debían proteger y cometieron asesinatos. Es una lección tardía y casi no impacta para personas de más de 80 años que ni siquiera irán a la cárcel por su edad.

Marcar los sitios donde fueron secuestrados nuestros jóvenes, tiene un valor simbólico para que estas generaciones sepan lo que ocurrió y para que imaginen el dolor y el pesar en que sumieron a sus familias con el fin de sembrar el terrorismo de Estado.

Ahora, que aquellos que fueron elegidos por la voluntad popular para representarnos en el legislativo local se levanten de sus bancas y se retiren cuando se debía tratar esto, es una afrenta a la democracia y los convierte en colaboracionistas como aquellos jueces y fiscales que no veían nada o, peor aún, que llamaban al área 225 para señalar a quién habría que secuestrar.

Se puede entender de una oposición que se quiere emparentar con el republicanismo, pero que se plieguen los concejales del justicialismo nos deja ver que no hemos aprendido nada. No quieren leer, estudiar, comprender y aprender lo que sucedió para que NUNCA MÁS vuelva a pasar.

Entonces, comprendemos por qué estamos como estamos. Nuestra pobreza no es solo material es HUMANA y ESPIRITUAL, no son humanistas ni tienen espíritu, son flanes del subdesarrollo y la pobreza no es económica: es intelectual. No saben, ni quieren saber, están cómodos en su zona de confort. ¡Crápulas!

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