Editorial Por: Editor 24/05/2022

La del mono

No sabemos si hay una sobrecarga de información transmitida por las redes sociales y los portales que nos enteramos, en instantes, de nuevos virus, enfermedades y curas que antes demoraban años y ahora podemos seguir en tiempo real como está pasando con la viruela “del mono”.

Argentina ya está investigando su primer probable caso y seguramente, como ha pasado con los demás virus, tendremos propagación local y habrá que combatir un nuevo flagelo en esta permanente batalla en contra de patógenos que buscan sobrevivir y multiplicarse en los humanos.

Mientras esto pasa, algunos hombres, en lugar de usar su poder en el desarrollo de cura para los nuevos virus y enfermedades, emplean bombas para matar a otros humanos y mandan sus propios soldados a la muerte en procura de armar imperios.

La furia no se detiene en los objetivos militares, escuelas, hospitales, estaciones ferroviarias e instalaciones civiles caen estrepitosamente bajo las bombas y hombres, mujeres y niños quedan sepultados bajo los escombros. Las imágenes son más que sensibles, superan lo que cualquier persona normal puede soportar sin horrorizarse.

Esas batallas en una no declarada guerra van ampliándose con el uso de armas hipersónicas -nunca usadas antes para sembrar la muerte- y quienes la utilizan ahora se ufanan de que poseen no solamente esta moderna tecnología para matar sino que anuncian la posibilidad de utilizar bombas atómicas de uso limitado, que por no haber sido usadas antes, los efectos posteriores de la radiación no se conocen y podrían ser más desvastadores aún que el impacto y el hongo radioactivo posterior.

¿Qué justifica utilizar tremendas armas de destrucción masiva? Creo que nada, porque en el escenario de Ucrania, las poblaciones que ahora están siendo reducidas a escombros eran rusas. De hecho, muchos colonos que vinieron a asentarse en Entre Ríos y que fueron parte de las colonias judías del barón Hirsch, decían que eran “rusos nacidos en Jarkov”, territorio que hoy es de Ucrania, y no debe haber nada más parecido a un ruso que un ucranio.

Esta guerra ha desplazado a millones de mujeres y niños a territorios vecinos como Polonia y otras naciones europeas que han recibido solidariamente a estas familias desmembradas que pronto podría llegar a los diez millones en un mundo que ya tiene demasiados desplazados, algunos por el hambre, otros por las guerras y otros para tratar de conseguir un lugar mejor para vivir sus vidas.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y la historia nos demuestra, una y otra vez, que la locura de la guerra no trae más que muerte, destrucción y bestialidad.

¿Ese será el destino de la humanidad? ¿Convertirnos en bestias o mutantes, tratando de matarnos unos a otros como lo ponen en la pantalla algunos productores del cine de terror?

Si todo este esfuerzo bélico, el gasto inmoral en pertrechos militares, bombas y combustibles de tanques, se usaran para mejorar la producción, la investigación y el desarrollo tanto humano como económico, el futuro no estaría signado por el miedo a la destrucción final del planeta que nos proponen los profetas del terror.

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