Editorial Por: Editor 05/05/2022

El derecho a dudar

Tratamos de evitar estos temas catastróficos que nos envenenan el alma pero hay que hablar sin apuros, ni preconceptos, ni tratando de convertirnos en fiscales del pueblo, como personas comunes y corrientes.

Tahiel muere en Gualeguaychú y se apuraron a meter preso a la pareja de la madre respondiendo al clamor popular del pedido de “justicia” y confundiendo que esto no significa “linchamiento” inmediato y sin derecho a defensa, por las dudas, también metieron presa a la madre.

Tal vez, con esas medidas, calmaron a la muchedumbre que quería un vía crucis para flagelar a la madre y al padrastro por las calles de la ciudad y se tuvieron que contentar con que el padrastro ofrendó su propia vida en una celda de la Policía.

La ley del Talión es de “ojo por ojo” y “diente por diente”, ocurre que para aplicarla hay que saber si al que le vas a arrancar el ojo (o la vida en este caso) ha cometido el crimen que se le imputa en segundos.

Hay pocos, entre los que me incluyo, que nos atribuimos el derecho a dudar de casi todo, porque no todo lo que se presenta a la vista es como parece. Si miramos mejor, con detenimiento, podemos encontrar cuestiones que a simple vista no habíamos visualizado.

Esto nos lleva a dudar si los hechos realmente se produjeron como dicen y se apuran de publicar los medios que quieren tener “la primicia” de la injusta muerte del nene y como si la del padrastro, no sería tan importante porque este HDP “mató al chiquito”.

En realidad, no sabemos nada todavía, pero, sinceramente, nos preocupa la madre de Tahiel y los siete gurises que quedaron sin padre y cuya madre no quiere vivir más, ni enfrentarse a algo que la supera.

La mujer está presa de sus cavilaciones sobre qué debería haber hecho y que no hizo o no pudo hacer para evitar que Tahiel, su hijo, muriera. Acosada por la justicia que quiere lograr su declaración y que también la quiere presa, pero en una celda.

Además, se enfrenta a que debería reiniciar su vida, si la dejan en libertad, con un grupo grande de hijos y entenados para criar sin el sostén de su pareja.

Seguramente habrá en la ciudad sureña un grupo de Derechos Humanos que sin preconceptos se haya preocupado de ella, suponiendo que sus hijos estarán siendo atendidos por el COPNAF, su tío que vive al lado y los vecinos que siempre dan una mano en situaciones como estas.

Seguramente, como en cada historia parecida, habrá un Poncio Pilatos que se habrá lavado las manos y dejado que “suceda lo que tiene que suceder”.

El pronóstico no es alentador, los seres humanos no solemos comportarnos como tales, sino como seres, sacándonos lo de “humanos” propendemos a ser crueles, inhumanos y mezclarnos con la multitud como, justamente, le pasó a Cristo: azuzado por el gentío, gritándole todo tipo de improperios a quien había resucitado muertos, curado enfermos y otros milagros que nadie se acordó al momento de verlo arrastrar la cruz, al contrario, le tiraron piedras.

¿Qué se espera para una pobre mujer a la que acusan de haber matado a su propio hijo?

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