Cumple 80 años "El Principito", obra magna de Saint-Exupéry que se inspiró en el Parque San Carlos de Concordia

Se publicó por primera vez un 6 de abril de 1943 en los Estados Unidos. Se convirtió, desde entonces, en uno de los libros más leídos de todos los tiempos.

Interés General 06/04/2023 Editor Editor
San Carlos, principito

A comienzos de 1943, mientras las tropas rusas echaban a los nazis de Stalingrado y se comenzaban a dar vuelta las tabas de la Segunda Guerra Mundial, del otro lado del océano estaba por ocurrir un hecho aparentemente menor, pero que a la larga sería considerado como uno de los hitos culturales del siglo XX. En Nueva York, la editorial Reynal & Hitchcock publicaba por primera vez El Principito, la muy particular novela de un piloto aéreo y escritor francés llamado Antoine de Saint-Exupéry, que con el correr del tiempo se convertiría en uno de los libros más leídos de todos los tiempos.

​Este 6 de abril, la primera edición de El Principito está cumpliendo 80 años y el encanto de su protagonista no parece haber perdido fuelle: todavía vende un millón de ejemplares por año a nivel global. Puerta de entrada a la lectura para varias generaciones, la obra magna de Saint-Exupéry fue traducida a más de 250 idiomas y dialectos, y continúa siendo un punto de referencia insoslayable –casi una unidad de medida- de la literatura infantil, aunque en muchos sentidos pueda ser leída como una obra de adultos.

“Un libro para niños sobre filosofía”, se lo definió. Detrás de la entrañable historia del aviador perdido en el desierto y el petit príncipe hay profundas reflexiones sobre la condición humana: el valor de la amistad, soledad, la necesidad del “otro” y las distintas formas que adquiere el amor.

Es esa complejidad -esa capacidad de ser lúdica y existencial a la vez- la que explica sin dudas la universalidad de una obra que ha sido adaptada a todos los lenguajes expresivos que uno pueda imaginar: películas, obras de teatro, performances, canciones, historietas y hasta ensoñaciones gourmet de altos vuelos, como el menú degustación que le dedicó hace unos años el cocinero español Dani García, galardonado con dos estrellas Michelin.

“Saint-Exupéry siempre me resultó un personaje muy interesante: un humanista, un hombre renacentista, capaz de dejarse llevar por la curiosidad y apasionarse por un montón de cosas a la vez”, comenta el dibujante e historietista Max Aguirre, protagonista de una de las más recientes revisitas a El Principito, editada por Gárgola en 2020.

“La idea fue abordar el libro con la libertad de recrear las ilustraciones originales, así como también de permitirme ilustrar partes de la novela que son muy visuales y que por alguna razón Saint-Exupéry decidió dejar pasar. De entrada me pareció un gran desafío, porque se trata de una obra fundamental de la literatura universal y que tiene además un universo sensible muy particular”.

“Una de las cosas que me conectan con Saint-Exupéry es el amor compartido por el tango”, dice Max Aguirre. “Al principio parece que mucho no le gustaba, pero luego fue a través del tango que conoció al amor de su vida”. El historietista se refiere Consuelo Suncín, una bellísima salvadoreña que a los 25 ya había enviudado (y heredado millones) dos veces, con quien el francés se topó en una milonga porteña.

Sus meses en Argentina
Encontrar a su futura esposa fue una las tantas cosas que le ocurrieron a Saint-Exupéry en los 15 meses que pasó en la Argentina, a finales de la década de 1920. Aquí fundó la primera línea aérea comercial de la Patagonia, escribió una novela y frecuentó la bohemia literaria.

Su admiración por los lugares y la gente de este país nuestro quedó registrada en varios de sus libros, anécdotas y decenas de cartas a su madre y a sus amigos. La Patagonia, a la que definió como la “tierra donde las piedras vuelan”, fue su gran pasión.

“Saintex”, como le decían sus amigos, llegó a Buenos Aires el 12 de octubre de 1929, con la misión de asumir la dirección de la empresa Aeroposta Argentina, filial de la francesa Compagnie Générale Aéropostale. Lo esperaban sus compatriotas Jean Mermoz y Henri Guillaumet, quienes lo ayudarían a abrir las rutas aéreas comerciales hacia el Sur.

El puesto de director no era, en Aeroposta, un trabajo de escritorio. Además de llevar parte de la administración, el autor de El Principito oficiaba de primer piloto a bordo de un Latécoère 25, un monomotor que podía transportar hasta una tonelada de mercancías y tenía una velocidad máxima de 180 kilómetros por hora. En tierra tenían que atarlo con cadenas para que el viento no se lo llevara.

La máquina parecía frágil, pero al parecer se adaptaba como ninguna a las inclemencias patagónicas. Era un modelo de características únicas, construido con madera, aluminio y otros metales. En la actualidad, se lo conserva restaurado en los hangares de una dependencia de la Fuerza Aérea Nacional en Quilmes.

A finales de este año se cumplirá el 94° aniversario del primer vuelo de Aeroposta Argentina hacia la Patagonia, comandado por “Saintex”, que terminó con el aislamiento de varios pueblos del sur del país, luego devenidos ciudades.

Desde el aire, el francés se maravilló con la Cordillera, los bosques, las llanuras infinitas, la estepa, los valles y la costa patagónica. Llegó hasta Ushuaia, y unió Bahía Blanca, Viedma, Trelew, Puerto San Julián, Comodoro Rivadavia, Puerto Deseado y Río Gallegos, cuando llegar hasta allí por otros medios costaba semanas.

En su pequeño y frágil avión recorrió el país todo lo que pudo. Hoteles, estancias, aeropuertos y distintas ciudades y pueblos registran su paso. En homenaje, una de las agujas del monte Fitz Roy, en El Chaltén, y el aeródromo de San Antonio Oeste, en Río Negro, llevan su nombre. En la ciudad entrerriana de Concordia –donde vivió- se lo recuerda con una estatua y un paseo público.

Saint-Exupéry no había cumplido aún los 30 años cuando llegó a la Argentina, pero acreditaba una gran experiencia como aviador, uniendo Francia y África. Fue, de hecho, durante uno de aquellos vuelos cuando sufrió una caída sobre el desierto del Sahara que sería el germen de la historia del piloto perdido que traba amistad con el niño del asteroide B-612.

Saint-Exupéry escribió El Principito en medio de una depresión, mientras vivía exiliado en Estados Unidos, luego de que el ejército nazi ocupara Francia. Nunca llegó a saber del éxito de su novela, ya que, apenas unas semanas después de que saliera de imprenta, se alistó en las fuerzas aéreas de la resistencia francesa. Fue declarado “perdido en acción” durante una misión de espionaje sobre el Mediterráneo en 1944, cuando solo restaban días para la liberación de París.

Su “Principito” fue editado en Francia tras el final de la guerra y en nuestro país se hizo la primera traducción al español, que publicó Emecé en 1951. El traductor fue Bonifacio del Carril un personaje que merecería un artículo aparte: un tipo cultísimo, al que se le debe la más exitosa estrategia diplomática en defensa de la soberanía argentina sobre Malvinas, prolífico historiador y articulista, que hacia el final de sus días acabó alabando las bondades de Jorge Rafael Videla en giras de intelectuales y científicos que el Proceso organizó para lavar su cara en el exterior.

Del Carril supo de la existencia de Saint-Exupéry cuando Victoria Ocampo publicó, en la mítica revista Sur, fragmentos de su primera novela, Correo del Sur, en la que el francés narraba las aventuras y la camaradería de los pilotos aéreos de línea postal.

En aquellos estertores de los locos años 20, Saint-Exupéry se alojaba en el hotel Majestic, frente al Obelisco, donde escribió Vuelo nocturno, su segunda novela, y recibía a otros expatriados célebres como el arquitecto Le Corbusier, a quien llevó a sobrevolar la ciudad para uno de sus proyectos de urbanismo.

En enero de 1931, “Saintex” se tomó unos días de vacaciones y llevo a Consuelo a conocer a su familia política en Francia. Apenas puso un pie en París, le avisaron que la Aeroposta se había declarado en quiebra, incapaz de sobreponerse a los efectos del crack bursátil de 1929. La aventura argentina terminó de repente, mucho antes de lo planeado. Lo esperaban muchas otras aún, entre ellas la convertirse en uno de los escritores más celebrados del mundo.

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