El “Capitán Cobarde”, su amante y la traición a la ley del mar: a 11 años del naufragio del Costa Concordia

Hubo 32 muertos por el accidente. Las mentiras del Capitán y su huida del barco. Cómo se descubrió que la mujer moldava estaba en el puente de mando en el momento de la colisión.

Internacionales 14/01/2023 Editor Editor
11
Francesco Schettino era el capitán del Costa Concordia, el crucero que había naufragado a orillas de la Isla de Giglio y en el que habían muerto 32 personas.

Era una polizona. Pero de lujo. Cumplía con la definición estricta de polizón para el diccionario: “El que viaja clandestinamente”. Así era. Ella no estaba en la lista de pasajeros. Tampoco en la nómina de la tripulación. Pero sí apareció entre los sobrevivientes, entre los pasajeros rescatados por la guardia costera. Pasó un tiempo, no demasiados días, para que se dieran cuenta de que se trataba de una presencia, misteriosa, al menos extraña, de su ausencia en las planillas. Lo primero que los alertó fueron declaraciones de algunos pasajeros. Había una mujer en el puente de mando en el momento de la colisión, en el instante en que la catástrofe se desató. Era joven, rubia y hermosa. Pero nadie sabía cómo se llamaba. Ante la falta de registro y según la larga tradición de relatos marinos podría haberse tratado de un fantasma pero era algo ligeramente más profano. A los pocos días los investigadores dieron con ella y entendieron la situación. Se llamaba Domnica Cemortan. Era moldava y tenía 25 años. Y era, también, la amante de Francesco Schettino, el capitán del Costa Concordia, el crucero que había naufragado a orillas de la Isla de Giglio y en el que habían muerto 32 personas y más de 100 resultaron heridas.

La colisión del crucero

El 13 de enero de 2012, once años atrás, el crucero Costa Concordia naufragó en la Toscana, muy cerca de la Isla de Giglio, un paraíso de 800 habitantes. Era uno de los cruceros más grandes del mundo; medía 290 metros de largo y 61 de alto. Contaba con 1.500 camarotes, 5 restaurants, 13 bares, teatros, casinos, discotecas, piletas de natación, jacuzzis, circuito de running y simulador de Fórmula 1 entre otras comodidades y atracciones. 4229 personas, entre pasajeros y tripulantes, iban a bordo. El capitán Francesco Schettino hizo que la nave pasara muy cerca de la Isla de Giglio. Fuera de rumbo, el crucero chocó con una gran piedra. El barco naufragó. En poco tiempo, ese gigante, esa especie de edificio flotante, quedó acostado en el agua.

22
 El Capitán Schettino y su amante moldava en la tapa de una revista italiana

Un accidente. Trágico y muy doloroso. Al comienzo, también, algo incomprensible. Los expertos no entendían demasiadas situaciones. ¿Por qué el Costa Concordia se había desviado de su camino? ¿Cómo pudo hundirse tan rápido? ¿Por qué la reacción fue tan lenta? ¿Por qué las tareas de salvataje desde el barco fueron tan desordenadas? ¿Por qué hubo tantas víctimas si la nave se encontraba cerca de la costa? De a poco, y sin demasiado esfuerzo, los interrogantes se fueron despejando. A pocos le quedaron dudas que el Capitán Schettino tuvo la responsabilidad principal en el desastre.

En los días posteriores y con las revelaciones que surgían, Schettino se convirtió en el gran apuntado. La revista de mayor venta de Italia lo puso en tapa bajo el título de Capitán Cobarde. Fabiola Russo, la esposa de Schettino, salió a defenderlo con energía. Dijo que lo estaban utilizando como chivo expiatorio, que la empresa apuntaba hacia Francesco para eludir sus propias responsabilidades, y que la prensa sólo quería vender y puntos de rating. Fabiola afirmó que su marido era un experto navegante y que su intervención fue lo que redujo el número de víctimas, que de no haber sido por él, la catástrofe hubiera sido mayor. Pero esa defensora enfática desapareció del ojo público a los pocos días a pesar de que los periodistas empezaron a buscar su palabra más que antes. Debió refugiarse para esquivar el hostigamiento. Y la vergüenza. Se había hecho público que el capitán viajaba con su amante moldava.

El Capitán y su amante

La misma noche del naufragio, Schettino había cenado, a la vista de todo el pasaje, en el salón principal con Domnica. Después fueron a ver la monumental vista de la Isla de Giglio de noche. Era una especie de regalo para su amante. Mientras ellos apreciaban el paisaje, el Costa Concordia chocó contra las rocas.

La embarcación en el momento del golpe estaba fuera de su ruta habitual y programada. Eso tiene una explicación. Durante la tarde del 13 de enero, el maitre general del Costa Concordia fue a hablar con el Capitán Schettino. Necesitaba pedirle un favor. Dio algunas vueltas hasta que se animó. Quería que el crucero se acercara a la costa de la Isla de Giglio, su tierra natal. Quería que sus familiares y sus amigos de la infancia vieran que le había ido bien, que apreciaran el lugar en el que trabajaba. El capitán aceptó de inmediato. Schettino era afable y esos pequeños gestos de demagogia, creía él, lo fortalecían ante la tripulación. Además haría sonar las sirenas del crucero en honor a un ex capitán que ahora vivía en la isla (en el juicio Schettino dijo la maniobra era un buen 3X1: además servía de publicidad para la compañía). Desviarse de su curso original no era algo tan inusual en los cruceros y solía ser atribución exclusiva del que estaba al mando. Pero ese gesto amable, el homenaje improvisado, terminó en tragedia. La colisión con unas rocas abrió una vía en el casco y el agua y el tiempo hicieron el resto.

33

La misma noche del naufragio, Schettino había cenado, a la vista de todo el pasaje, en el salón principal con Domnica. Después fueron a ver la monumental vista de la Isla de Giglio de noche. Era una especie de regalo para su amante.

Ya eran las 9.30 de la noche. Y sucedían todas las cosas que suceden en un crucero a casi cualquier hora. Los salones comedores estaban repletos, en el casino los croupiers acomodaban cartas en un sabot mientras las máquinas de jackpot no paraban de sonar, algún cantante que conoció tiempos mejores cantaba para un público de una euforia sobreactuada, otros seguían en las piletas de la cubierta, alguna pareja tenía sexo en un camarote, otras se peleaban, varios señores tomaban tragos gratis en soledad, unos chicos corrían detrás de una pelota mientras alguien los retaba. Y, ya sabemos, el capitán del barco y su joven acompañante disfrutaban desde el puente de mando de la hermosa Isla de Giglio iluminada como para una fiesta.

Hasta que un fuerte golpe sacudió la embarcación. Un cimbronazo que apagó las luces. Y un gran estruendo, una detonación ahogada. Después de unos segundos de incertidumbre, los miembros de la tripulación trataron de mostrarse serenos ante los pasajeros. Los que tenían más experiencia sabían que algo malo había sucedido. Nunca habían sentido semejante ruido ni experimentado un sacudón similar. Los pasajeros, en la oscuridad, perdían la calma. Todo empeoró cuando algunos notaron –y se lo comunicaron al resto- que el barco se estaba inclinando.

No había órdenes oficiales. Sólo pedidos de calma y frases de ocasión que minimizaban el problema. Los integrantes de la tripulación se fueron desvaneciendo. Cada tanto por los altoparlantes se escuchaba una voz que decía que sólo se trataba de un problema eléctrico que pronto sería solucionado. Nada más que un gran apagón. Las luces de emergencia alumbraban tibiamente la desesperación de los pasajeros que, ante la evidente escoriación del barco y el desamparo, corrían y chocaban entre sí buscando los botes y los chalecos salvavidas. Desde la costa preguntaban si pasaba algo grave. El capitán minimizó la situación durante muchos minutos.

Choque y confusión

Tiempo después del suceso apareció un video filmado con un teléfono. No se sabe quién lo grabó. El choque había ocurrido hacía una hora. En el puente de mando del Costa Concordia sólo hay confusión. Si el capitán no se hubiera hecho célebre (en inglés tienen una palabra perfecta para determinar la celebridad pero por los motivos equivocados: infamous), nadie que viera ese video podría decir que él era el que estaba al mando. Nadie da órdenes. No se toman decisiones. Sólo se ve confusión y parálisis. Y un poco de resignación. No hay discusiones. Alguien, fuera de campo, avisa que los pasajeros ya empezaron a evacuar por su cuenta. Schettino responde: “Bueno, está bien”. Unos minutos después sonó la alarma de evacuación. Una hora y trece minutos después del choque. El crucero, mientras tanto, estaba siendo, lentamente, tragado por el mar. (Sigue mañana)

Te puede interesar
méxico

México vota de nuevo entre balas

Editor
Internacionales 03/03/2024

Incluso antes de comenzar la última fase de la campaña electoral en México, este 1 de marzo, numerosos políticos locales fueron amenazados o asesinados por el crimen organizado. ¿Lo mismo de siempre?

Lo más visto